jueves, 30 de diciembre de 2004

MAREMOTO

Las grandes catástrofes nos pillan tan desprevenidos que apenas nos da tiempo a desconectar nuestro chip de la hijoputez.

Leí ayer en El Mundo el testimonio de un superviviente español, submarinista, que reside habitualmente en las playas de Tailandia. En la embajada española se han mostrado cordiales con él y le han dado 200 euros en plan dinero de bolsillo para que vaya tirando estos días, al tiempo que van resolviendo su documentación. Pero a un colega suyo alemán, en la embajada germana le han dicho que tiene que pagar él 200 euros si quiere que le emitan nueva documentación en regla, porque es el trámite habitual.

Por otra parte esta mañana la gente llamaba indignada a la SER porque, al realizar donaciones a Cruz Roja en su entidad bancaria, les estaban cobrando la pertinente comisión. La burocracia funciona así: los pequeños burócratas -como los verdugos- tienen que seguir aplicando sus normas, aunque estas deriven en puro Kafka, hasta que reciben la orden de un superior. Que actuará cuando se de cuenta de que están quedando fatal. Tal vez el pequeño burócrata, que ayer se hubiese llevado una reprimenda por no aplicar la comisión, se la lleve hoy por haberla aplicado.

Uno al final se acaba preguntando si el maremoto éste no significa que, con nuestras mierdas, nos estamos haciendo indigestos para la propia Tierra y acabamos de vivir el primer retortijón.

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