jueves, 16 de diciembre de 2004

Dependientes

Hoy, en una de esas típicas conversaciones divagatorias con mis compas de curro, hemos tocado un gran tema: el servicio que te dan los dependientes cuando entras en un gran almacén o en un hipermercado. Y ha surgido un paralelismo curioso. En realidad, moverte por una sección del cortinglés es exactamente lo mismo que jugar al comecocos. Cuando llegas, dispuesto simplemente a pasearte echando un vistazo, una manada de dependientes empieza a perseguirte y tú despliegas tus habilidades para darles esquinazo: cambias de pasillo a velocidad de vértigo, amagas una dirección para en el último momento hacer un quiebro, todo ello sin dejar de pronunciar la frase-salvoconducto (que no suele servir de mucho) "Sólo estaba mirando" "Sólo estaba mirando". Pero si coges decididamente un producto para llevártelo, en ese instante es como si te comieras un punto gordo del comecocos. Todos los dependientes huyen de ti como si les hubiesen cambiado la polaridad de repente, como si tuvieses la peste, y te dedicas a perseguirlos diciendo "¿Me lo cobra?". Incluso tienen su santuario en donde guarecerse cuando estás a punto de cazarlos. ¿Habrá algo más enervante que ir detrás de un reponedor del Carreful hasta que, sin hacerte ni puto caso, se mete en el almacén dándote con la puertecita esa de lona que sube y baja en las narices?


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