Amigo César
Internet ha convertido el Planeta Tierra en una esfera mucho más pequeña de lo que era, y como consecuencia nos ha colocado muy cerca de unos y otros. Nos comunicamos con una persona de otro continente como si fuese el vecino de al lado al que nos hemos encontrado en el patio de luces al tender la ropa; si hace falta, hasta le gritamos e insultamos aporreando nuestro teclado como a ese conductor tan cabrón que, fíjate tú, se ha saltado el stop en la rotonda y casi nos empotra contra la señal de ceda el paso. La red de redes también nos permite conocer, compartir y hasta combatir ideas, pensamientos, reflexiones,… Millones de ciudadanos particulares nos hemos convertido en repetidores de emisión al mundo de nuestra propia visión de las cosas.
Si no hubiese sido por Internet, yo nunca habría conocido a César Mallorquí. No pertenezco al target fundamental al que las editoriales que publican su obra dirigen sus libros, y muy probablemente no habría leído ningún artículo o reflexión suya sobre literatura fantástica, narración, comunicación y política.
Aquí la propia peculiaridad de Internet como medio me obliga a hacer una aclaración, porque no conozco a César Mallorquí. No lo he visto nunca en persona, ni he hablado con él. Ni siquiera sé su dirección de correo electrónico. Y sin embargo, como merodeador habitual de su blog La Fraternidad de Babel, debo reconocer que siento un gran aprecio por él. Aprecio incluso personal, porque el muy brujo –también ha sido creativo y redactor publicitario, es decir, en su inteligencia cohabitan Mefisto y el Flautista de Hamelin- es capaz de mostrar su reflexión ya sea literaria, política o relativa a la comunicación, de una forma tan cercana, auténtica y sincera, que el lector habitual muy pronto entra en un espacio de intimidad, de círculo de amigos que se toman un café juntos mientras afuera llueve y la gente deambula apresurada al otro lado de la calle.
Claro, esa cercanía la intensifica el sentir tras la lectura de cada entrada de su blog que coincides en la mayoría de ideas, de planteamientos sobre la vida, y el arte, y la creatividad. Es esto, en definitiva, lo que hace posible que puedas sentir amistad por alguien que no conoces, que no has visto, con el que no has hablado.
Qué raro es esto de Internet. Y qué miedo da…
Si no hubiese sido por Internet, yo nunca habría conocido a César Mallorquí. No pertenezco al target fundamental al que las editoriales que publican su obra dirigen sus libros, y muy probablemente no habría leído ningún artículo o reflexión suya sobre literatura fantástica, narración, comunicación y política.
Aquí la propia peculiaridad de Internet como medio me obliga a hacer una aclaración, porque no conozco a César Mallorquí. No lo he visto nunca en persona, ni he hablado con él. Ni siquiera sé su dirección de correo electrónico. Y sin embargo, como merodeador habitual de su blog La Fraternidad de Babel, debo reconocer que siento un gran aprecio por él. Aprecio incluso personal, porque el muy brujo –también ha sido creativo y redactor publicitario, es decir, en su inteligencia cohabitan Mefisto y el Flautista de Hamelin- es capaz de mostrar su reflexión ya sea literaria, política o relativa a la comunicación, de una forma tan cercana, auténtica y sincera, que el lector habitual muy pronto entra en un espacio de intimidad, de círculo de amigos que se toman un café juntos mientras afuera llueve y la gente deambula apresurada al otro lado de la calle.
Claro, esa cercanía la intensifica el sentir tras la lectura de cada entrada de su blog que coincides en la mayoría de ideas, de planteamientos sobre la vida, y el arte, y la creatividad. Es esto, en definitiva, lo que hace posible que puedas sentir amistad por alguien que no conoces, que no has visto, con el que no has hablado.
Qué raro es esto de Internet. Y qué miedo da…
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