Leo en El Mundo digital este titular: "Exhumarán el cadáver de un escritor para comprobar si Conan Doyle lo envenenó para ocultar un plagio"
La novela en litigio es ni más ni menos que El perro de los Baskerville, y se cree que pudo ser escrito en realidad por Bertram Fletcher Robinson, abogado, escritor, periodista y amigo personal de Conan Doyle. Ahora se sospecha que el bueno de Arthur lo envenenó con láudano para ocultar su autoría.
Que una de las mejores novelas de Sherlock Holmes pueda ser objeto material de un crimen digno del propio detective, de ser cierto, no deja de ser una de esas casualidades graciosas con las que se divierte Dios -aunque no sé si la broma le hizo gracia a Fletcher Robinson-. Y en caso de que no sea cierta, lo que delata es nuestra pasión por los juegos de muñecas rusas y por envolver con un halo literario la realidad en torno a la literatura... en el fondo nos encanta que la vida de Hemingway sea tan literaria como su propia obra, o que la biografía de Hugo Pratt sugiera aventuras dignas de Corto Maltés.
La realidad supera al arte, se dice, y a menudo esto es tanto la constatación de un hecho como la expresión de un deseo.